El fin de una era
No hace falta ser muy conocedor para haber visto opiniones sobre lo importante que es que una obra se salga a la luz en el momento adecuado, el fracaso que supone llegar unos años tarde, cuando las corrientes siguen otro rumbo, o cuán visionaria resulta, que resulta incomprendida una o dos décadas. Luego, con el paso del tiempo, acaban catalogadas, organizadas, puestas en perspectiva. En mi opinión no hace falta, la primera reacción de un espectador no va a ser si una película en blanco y negro es un reducto cultural de los 60 o una innovadora puesta en marcha de los 40, sin ir más lejos. No debería ser su objetivo primordial, al menos.
Y sin embargo, con ciertas obras, ocurre que tienen la fortuna de tener lugar lo suficientemente temprano como para que exista, tiempo después de su llegada al mundo, un momento idóneo para verlas: Un momento en el planeta coloca su diana de atención justo donde alguien soltó un dardo tiempo atrás.
Eso ocurre con El Ala Oeste de la Casa Blanca. Para entender nuestro mundo en este momento, considero muy útil conocer esta serie. Cualquier tratado de política está escrito por alguien con ideas muy claras, porque si no, no tendría sentido que lo escribiera. Con el Ala Oeste, sin embargo, sí que tiene sentido, está escrita por un compositor de ideas al que un equipo de asesores políticos profesionales y de todos los perfiles ideológicos le presentaban sus distintos puntos de vista. Él sólo tenía que recogerlos y entablar con ellos un drama.
Cualquier problema político, social, religioso o económico que se nos pueda ocurrir aparece plasmado en esta serie. Ya he puesto aquí unos cuantos vídeos que se refieren a cuestiones escalofriantemente reales, dentro de su universo de ficción, y podría enumerar muchas más, como aquel capítulo en el que el gobierno se negaba a utilizar públicamente la palabra "crisis" para hablar del estado de la economía, o ese otro en el que el presidente tiene que hacer que palestinos e israelíes se pongan de acuerdo al menos en que nunca se ponen de acuerdo. O el del problema para elegir nuevos jueces del tribunal supremo, o los debates entre lo mal que funciona la burocracia contra lo necesario que es el funcionariado, o el cinismo de los millonarios que gastan un porcentaje ínfimo de su fortuna, que sigue teniendo docenas de ceros, para lavar su imagen.
Pero no es por todo ello por lo que hoy, aquí y ahora, es el mejor momento para conocer esta serie. La penúltima temporada es un salto generacional plasmado en forma de un año de interminables primarias. La última, consiste en unas elecciones en las que un joven político, cuarenta y tantos, es el primer candidato a la presidencia de Estados Unidos de raza minoritaria, y se opone a un veterano septuagenario con el más amplio conocimiento del panorama internacional. Las diferencias no dejan de saltar a la vista, como que en la ficción a nadie se le ocurrió una Sarah Palin. Pero las similitudes son tantas, que dentro de unos años creerán que se la serie se rodó tras estas elecciones, como mucha gente cree ahora que ocurrió con La cortina de humo. Pero no son casualidad. La creadora del personaje del que hablo se carteó durante un año con el jefe de campaña de Obama.
Ya está disponible completa en DVD, y hace pocas semanas se emitió por fin el último episodio de la serie en España, por lo que está disponible en castellano para los que la prefieran así. Y no es moco de pavo esa labor, verla con subtítulos puede hacer estallar la cabeza a más de uno, y dentro de la pérdida imposible de evitar, la serie mantiene toda esa musicalidad que Sorkin le insufló en 1999. Me sentí aliviado, de hecho, cuando vi que AXN empezaba a emitir la séptima temporada justo una semana después de acabar la sexta, porque me parecía necesario. Tenían que hacerlo ya, el cambio de las primarias a las elecciones ocurrió en la emisión española casi en tiempo real. De hecho, no se llega a decir la fecha, pero se sugiere que el año electoral que se filmó en el 2006 era precisamente el 2008. Cuando Obama se reunió con McCain una semana, estábamos viendo en las noticias el penúltimo episodio de la serie, y el 20 de enero llegará la grand finale.
Sin embargo, lo que ni Sorkin ni sus sucesores pudieron prever fue la nueva crisis del 29 que estamos viviendo. En la serie hubo otra crisis con tintes parecidos en cuanto a influencia electoral, de ésas que echan por tierra la ideología de un candidato de la noche a la mañana. Pero evidentemente no podía ser como la real, no sólo porque los guionistas sean visionarios y no videntes, sino porque el presidente del mundo ficticio era todo lo opuesto al real. De hecho, ¡el presidente Bartlet tenía un ficticio premio Nobel de economía!
No, para entender cómo se desmorona el mundo tal y como lo conocemos, no nos basta con unos genios que miraron al futuro. Nos hace falta un genio que mire al pasado. Y para eso está Matt Weiner con Mad Men.
Mad Men trata precisamente sobre el desmoronamiento de la sociedad hace 50 años y ya en los créditos nos lo dicen de manera elegante. Mad Men tiene una y otra vez momentos mágicos en los que los personajes son inconscientes del mal que hacen, tanto al mundo como a sí mismos, provocándonos una mezcla de repelús y envidia a través de situaciones, frases y gestos claramente machistas, racistas, perjudiciales para la salud o ecológicamente criminales. Mi plano preferido en toda la serie hasta el momento es un general con la vuelta al coche tras un picnic, con la familia dejando olvidados tranquilamente plásticos y residuos de todo tipo que rompen la perfección del prado que han ido a visitar. Sin el menor remordimiento, con toda la inocencia, y lo más importante, sin mala intención. Olé.
Y sin embargo, esa misma crítica rápida con cualquier otro ejemplo de los miles que tiene Mad Men es lo que la gente ha ido comentando por internet desde que salió la serie, se quedan ahí, cuando ése es sólo el principio. La clave para entender el mundo de hoy es Don Draper, el protagonista. Don Draper es el MAL. En alguna parte se le define como un tío íntegro en cada cosa que hace, pero un desastre cuando se interrelaciona cada parte. Es decir, es un perfecto marido y un perfecto amante de dos o tres mujeres a la vez. Pero no caigamos en pensar que es es malo por mezclar, no; es en esa integridad individual donde radica toda su maldad. Como se siente vacío por dentro, se amolda a la perfección a prácticamente cualquier circunstancia en la vida, y su trabajo es la mejor prueba de ello. Se amolda a cualquier persona interesada en comprar o vender y desarrolla campañas de publicidad perfectas.
Con la crisis me he dado cuenta de que la publicidad es el mal, y él lo personifica. Él es tan malo, por ser tan íntegro, que seguramente cuando esta serie crezca y tenga seis temporadas comience a rivalizar con Los Soprano, algunos se darán cuenta de que un jefe de la mafia de Nueva Jersey es un bendito en comparación con lo perjudicial que fue un publicista en los años 60.
El dinero es deuda, vale. Desde el momento que se crea, con un préstamo de la nación a sí misma, todo el dinero que existe en el mundo se lo debe alguien a alguien, y como nadie presta sin interés, si todo el dinero se devolviera, no habría suficiente para pagar todo lo que se debe. Incluso un sueldo honesto es dinero que la empresa ha obtenido por un crédito, o ha recibido de beneficios de otra empresa que ha pedido un crédito. De ahí que las personas y las empresas entren en competencia directa para no formar parte de los que deben dinero, sino de los que tienen dinero. Y de ahí que la competencia se convierta en publicidad. Y ahí entra Don Draper, el hombre que por dinero convierte la competencia de mercado en una forma artística, haciendo que el público compre cosas que no necesita con dinero que no tiene.
Los años 60 resolvieron la iniciativa tras la segunda guerra mundial por la que para mejorar la economía había que hacer que la gente comprara más, y para ello corre la leyenda no urbana de que maquinaron una obsolescencia planificada, es decir, que los productos dejaran de ser funcionales al cabo de cierto tiempo. Cierto o no, la verdad es que los publicistas contribuyeron enormemente al asunto: Si hacemos una lavadora con botoncitos, cuando uno se estropee, la lavadora perderá su valor. Cuantos más botoncitos tenga, más gustará inicialmente y más garantizaremos que se rompa y vuelvan a por el modelo mejorado con más botoncitos. Se habla de que los ingenieros hacían cálculos matemáticos para determinar cuánto había que esperar para que rompieran sus modelos sin que el comprador se sintiera defraudado. Evitar esa sensación fue el trabajo de Don Draper, y ahora... ¿cuántas personas conoces que tengan un móvil comprado hace más de un año? De esas pocas, ¿cuántas llevan tiempo queriendo hacerlo pero todavía no se lo pueden permitir?
Nos hemos convertido poco a poco en una versión aberrante del consumidor que creó Don Draper a través de su habilidad para gustar. Los geeks que desprecian el vaivén de tendencias en tacón grueso/tacón fino/cuadros/rayas/liso que atraen la atención en las pasarelas, no desprecian el último modelo de gadget que ha sacado Apple. Y ambas cosas son lo mismo.
Y aún más, ¿cuántos tenemos un trabajo elitista como el de Don Draper? Cuántos en el primer mundo nos dedicamos a no producir nada tangible, sino a administrar, vender, comprar, revender cosas intangibles o cosas tangibles que se hacen en otro continente? Cuántas personas que conocemos no trabajan en una oficina, ni son diseñadores de algún tipo, ni informáticos... cuántos hacen algo con sus manos, o siquiera controlando con ellas una máquina. ¿Qué porcentaje de gente de este país recolecta, cosecha, ordeña o excava? ¿Cuántos de ellos no son inmigrantes?
Como cada vez la deuda de todas las naciones es mayor y la única manera de paliarla es la competencia, también entre ellas, se forma de manera natural un tercer mundo con deudas desorbitadas que intentan reducir a través de tratos leoninos en forma de materias primas y mano de obra barata para seguir moviendo la maquinaria.
Lo mejor de Mad Men no son los detalles de maldad inocente de los que nos damos cuenta, sino de todos esos detalles de los que todavía no nos hemos percatado. Pese a tener muchas más cosas en cuenta que antes a la hora de tratar al mundo y tratarnos a nosotros mismos, todavía somos como Don Draper. Representamos a una empresa en el momento en que trabajamos para ella, cuando su único interés, su única motivación y religión es el dinero, lo que algunos llaman Moneytheism. Y con ello estamos destrozando todo lo que nos rodea, consumiendo el planeta a un ritmo exponencial, como todo préstamo con intereses que se van acumulando. En estos momentos ocurre algo que se compara con un momento habitual en partidas de póker: Cuando un jugador acumula todo el dinero otros piden crédito. Y cuando se les acaba el crédito, se termina la partida. Y ahora intentan engañarnos diciendo que sí que queda crédito. Se plantean en todo el mundo ayudar a las fábricas de coches para que no dejen de fabricar, después de que la sociedad haya despreciado durante años su aumento exacerbado y todos estemos de acuerdo en que convendría cambiar cuanto antes los modelos para que ahorren combustible. Pero las ayudas consistirían en no reducir la fabricación, por supuesto. En la metáfora, ahora el jugador está pidiéndole al casino crédito a cambio de las llaves de la casa hipotecada (que ésa es otra) para prolongar el problema y no busca una solución real a su ludopatía.
Algún día analizarán nuestra época por cómo veíamos el cinismo social de Mad Men y cómo ignorábamos lo más importante. Yo por mi parte, tras en este período de reflexiones baratas que me produce un peculiar modo de depresión, la ajena, como la vergüenza, y que me ha marcado profundamente un antes y un después, me declaro culpable de haber trabajado en publicidad. Y en todo lo demás.
El mayor reproche que le hicieron a Sorkin por El Ala Oeste fue que los personajes eran irrealmente idealistas. Irónicamente es exactamente ese idealismo lo que ha llevado a Obama a la Casa Blanca. O a sus publicistas.
Aaron Sorkin está accesible aquí. Mad Men tiene sus análisis más completos aquí. Aunque no estemos de acuerdo en alguna medida, conviene echar un vistazo aquí; y aquí dicen algunas cosas relacionadas más difíciles de desmentir. La metáfora del póker se citó ya aquí. Todo lo que quieras saber sobre obsolescencia programada está aquí. Y hay que hacer una dedicatoria especial en este post a Ernesto Aura, voz de Martin Sheen en El Ala Oeste, que nos dejó hace poco. Sus datos, aquí.