26 de noviembre de 2008

El fin de una era

No hace falta ser muy conocedor para haber visto opiniones sobre lo importante que es que una obra se salga a la luz en el momento adecuado, el fracaso que supone llegar unos años tarde, cuando las corrientes siguen otro rumbo, o cuán visionaria resulta, que resulta incomprendida una o dos décadas. Luego, con el paso del tiempo, acaban catalogadas, organizadas, puestas en perspectiva. En mi opinión no hace falta, la primera reacción de un espectador no va a ser si una película en blanco y negro es un reducto cultural de los 60 o una innovadora puesta en marcha de los 40, sin ir más lejos. No debería ser su objetivo primordial, al menos.

Y sin embargo, con ciertas obras, ocurre que tienen la fortuna de tener lugar lo suficientemente temprano como para que exista, tiempo después de su llegada al mundo, un momento idóneo para verlas: Un momento en el planeta coloca su diana de atención justo donde alguien soltó un dardo tiempo atrás.

Eso ocurre con El Ala Oeste de la Casa Blanca. Para entender nuestro mundo en este momento, considero muy útil conocer esta serie. Cualquier tratado de política está escrito por alguien con ideas muy claras, porque si no, no tendría sentido que lo escribiera. Con el Ala Oeste, sin embargo, sí que tiene sentido, está escrita por un compositor de ideas al que un equipo de asesores políticos profesionales y de todos los perfiles ideológicos le presentaban sus distintos puntos de vista. Él sólo tenía que recogerlos y entablar con ellos un drama.

Cualquier problema político, social, religioso o económico que se nos pueda ocurrir aparece plasmado en esta serie. Ya he puesto aquí unos cuantos vídeos que se refieren a cuestiones escalofriantemente reales, dentro de su universo de ficción, y podría enumerar muchas más, como aquel capítulo en el que el gobierno se negaba a utilizar públicamente la palabra "crisis" para hablar del estado de la economía, o ese otro en el que el presidente tiene que hacer que palestinos e israelíes se pongan de acuerdo al menos en que nunca se ponen de acuerdo. O el del problema para elegir nuevos jueces del tribunal supremo, o los debates entre lo mal que funciona la burocracia contra lo necesario que es el funcionariado, o el cinismo de los millonarios que gastan un porcentaje ínfimo de su fortuna, que sigue teniendo docenas de ceros, para lavar su imagen.

Pero no es por todo ello por lo que hoy, aquí y ahora, es el mejor momento para conocer esta serie. La penúltima temporada es un salto generacional plasmado en forma de un año de interminables primarias. La última, consiste en unas elecciones en las que un joven político, cuarenta y tantos, es el primer candidato a la presidencia de Estados Unidos de raza minoritaria, y se opone a un veterano septuagenario con el más amplio conocimiento del panorama internacional. Las diferencias no dejan de saltar a la vista, como que en la ficción a nadie se le ocurrió una Sarah Palin. Pero las similitudes son tantas, que dentro de unos años creerán que se la serie se rodó tras estas elecciones, como mucha gente cree ahora que ocurrió con La cortina de humo. Pero no son casualidad. La creadora del personaje del que hablo se carteó durante un año con el jefe de campaña de Obama.

Ya está disponible completa en DVD, y hace pocas semanas se emitió por fin el último episodio de la serie en España, por lo que está disponible en castellano para los que la prefieran así. Y no es moco de pavo esa labor, verla con subtítulos puede hacer estallar la cabeza a más de uno, y dentro de la pérdida imposible de evitar, la serie mantiene toda esa musicalidad que Sorkin le insufló en 1999. Me sentí aliviado, de hecho, cuando vi que AXN empezaba a emitir la séptima temporada justo una semana después de acabar la sexta, porque me parecía necesario. Tenían que hacerlo ya, el cambio de las primarias a las elecciones ocurrió en la emisión española casi en tiempo real. De hecho, no se llega a decir la fecha, pero se sugiere que el año electoral que se filmó en el 2006 era precisamente el 2008. Cuando Obama se reunió con McCain una semana, estábamos viendo en las noticias el penúltimo episodio de la serie, y el 20 de enero llegará la grand finale.

Sin embargo, lo que ni Sorkin ni sus sucesores pudieron prever fue la nueva crisis del 29 que estamos viviendo. En la serie hubo otra crisis con tintes parecidos en cuanto a influencia electoral, de ésas que echan por tierra la ideología de un candidato de la noche a la mañana. Pero evidentemente no podía ser como la real, no sólo porque los guionistas sean visionarios y no videntes, sino porque el presidente del mundo ficticio era todo lo opuesto al real. De hecho, ¡el presidente Bartlet tenía un ficticio premio Nobel de economía!

No, para entender cómo se desmorona el mundo tal y como lo conocemos, no nos basta con unos genios que miraron al futuro. Nos hace falta un genio que mire al pasado. Y para eso está Matt Weiner con Mad Men.

Mad Men trata precisamente sobre el desmoronamiento de la sociedad hace 50 años y ya en los créditos nos lo dicen de manera elegante. Mad Men tiene una y otra vez momentos mágicos en los que los personajes son inconscientes del mal que hacen, tanto al mundo como a sí mismos, provocándonos una mezcla de repelús y envidia a través de situaciones, frases y gestos claramente machistas, racistas, perjudiciales para la salud o ecológicamente criminales. Mi plano preferido en toda la serie hasta el momento es un general con la vuelta al coche tras un picnic, con la familia dejando olvidados tranquilamente plásticos y residuos de todo tipo que rompen la perfección del prado que han ido a visitar. Sin el menor remordimiento, con toda la inocencia, y lo más importante, sin mala intención. Olé.

Y sin embargo, esa misma crítica rápida con cualquier otro ejemplo de los miles que tiene Mad Men es lo que la gente ha ido comentando por internet desde que salió la serie, se quedan ahí, cuando ése es sólo el principio. La clave para entender el mundo de hoy es Don Draper, el protagonista. Don Draper es el MAL. En alguna parte se le define como un tío íntegro en cada cosa que hace, pero un desastre cuando se interrelaciona cada parte. Es decir, es un perfecto marido y un perfecto amante de dos o tres mujeres a la vez. Pero no caigamos en pensar que es es malo por mezclar, no; es en esa integridad individual donde radica toda su maldad. Como se siente vacío por dentro, se amolda a la perfección a prácticamente cualquier circunstancia en la vida, y su trabajo es la mejor prueba de ello. Se amolda a cualquier persona interesada en comprar o vender y desarrolla campañas de publicidad perfectas.

Con la crisis me he dado cuenta de que la publicidad es el mal, y él lo personifica. Él es tan malo, por ser tan íntegro, que seguramente cuando esta serie crezca y tenga seis temporadas comience a rivalizar con Los Soprano, algunos se darán cuenta de que un jefe de la mafia de Nueva Jersey es un bendito en comparación con lo perjudicial que fue un publicista en los años 60.

El dinero es deuda, vale. Desde el momento que se crea, con un préstamo de la nación a sí misma, todo el dinero que existe en el mundo se lo debe alguien a alguien, y como nadie presta sin interés, si todo el dinero se devolviera, no habría suficiente para pagar todo lo que se debe. Incluso un sueldo honesto es dinero que la empresa ha obtenido por un crédito, o ha recibido de beneficios de otra empresa que ha pedido un crédito. De ahí que las personas y las empresas entren en competencia directa para no formar parte de los que deben dinero, sino de los que tienen dinero. Y de ahí que la competencia se convierta en publicidad. Y ahí entra Don Draper, el hombre que por dinero convierte la competencia de mercado en una forma artística, haciendo que el público compre cosas que no necesita con dinero que no tiene.

Los años 60 resolvieron la iniciativa tras la segunda guerra mundial por la que para mejorar la economía había que hacer que la gente comprara más, y para ello corre la leyenda no urbana de que maquinaron una obsolescencia planificada, es decir, que los productos dejaran de ser funcionales al cabo de cierto tiempo. Cierto o no, la verdad es que los publicistas contribuyeron enormemente al asunto: Si hacemos una lavadora con botoncitos, cuando uno se estropee, la lavadora perderá su valor. Cuantos más botoncitos tenga, más gustará inicialmente y más garantizaremos que se rompa y vuelvan a por el modelo mejorado con más botoncitos. Se habla de que los ingenieros hacían cálculos matemáticos para determinar cuánto había que esperar para que rompieran sus modelos sin que el comprador se sintiera defraudado. Evitar esa sensación fue el trabajo de Don Draper, y ahora... ¿cuántas personas conoces que tengan un móvil comprado hace más de un año? De esas pocas, ¿cuántas llevan tiempo queriendo hacerlo pero todavía no se lo pueden permitir?

Nos hemos convertido poco a poco en una versión aberrante del consumidor que creó Don Draper a través de su habilidad para gustar. Los geeks que desprecian el vaivén de tendencias en tacón grueso/tacón fino/cuadros/rayas/liso que atraen la atención en las pasarelas, no desprecian el último modelo de gadget que ha sacado Apple. Y ambas cosas son lo mismo.

Y aún más, ¿cuántos tenemos un trabajo elitista como el de Don Draper? Cuántos en el primer mundo nos dedicamos a no producir nada tangible, sino a administrar, vender, comprar, revender cosas intangibles o cosas tangibles que se hacen en otro continente? Cuántas personas que conocemos no trabajan en una oficina, ni son diseñadores de algún tipo, ni informáticos... cuántos hacen algo con sus manos, o siquiera controlando con ellas una máquina. ¿Qué porcentaje de gente de este país recolecta, cosecha, ordeña o excava? ¿Cuántos de ellos no son inmigrantes?

Como cada vez la deuda de todas las naciones es mayor y la única manera de paliarla es la competencia, también entre ellas, se forma de manera natural un tercer mundo con deudas desorbitadas que intentan reducir a través de tratos leoninos en forma de materias primas y mano de obra barata para seguir moviendo la maquinaria.

Lo mejor de Mad Men no son los detalles de maldad inocente de los que nos damos cuenta, sino de todos esos detalles de los que todavía no nos hemos percatado. Pese a tener muchas más cosas en cuenta que antes a la hora de tratar al mundo y tratarnos a nosotros mismos, todavía somos como Don Draper. Representamos a una empresa en el momento en que trabajamos para ella, cuando su único interés, su única motivación y religión es el dinero, lo que algunos llaman Moneytheism. Y con ello estamos destrozando todo lo que nos rodea, consumiendo el planeta a un ritmo exponencial, como todo préstamo con intereses que se van acumulando. En estos momentos ocurre algo que se compara con un momento habitual en partidas de póker: Cuando un jugador acumula todo el dinero otros piden crédito. Y cuando se les acaba el crédito, se termina la partida. Y ahora intentan engañarnos diciendo que sí que queda crédito. Se plantean en todo el mundo ayudar a las fábricas de coches para que no dejen de fabricar, después de que la sociedad haya despreciado durante años su aumento exacerbado y todos estemos de acuerdo en que convendría cambiar cuanto antes los modelos para que ahorren combustible. Pero las ayudas consistirían en no reducir la fabricación, por supuesto. En la metáfora, ahora el jugador está pidiéndole al casino crédito a cambio de las llaves de la casa hipotecada (que ésa es otra) para prolongar el problema y no busca una solución real a su ludopatía.

Algún día analizarán nuestra época por cómo veíamos el cinismo social de Mad Men y cómo ignorábamos lo más importante. Yo por mi parte, tras en este período de reflexiones baratas que me produce un peculiar modo de depresión, la ajena, como la vergüenza, y que me ha marcado profundamente un antes y un después, me declaro culpable de haber trabajado en publicidad. Y en todo lo demás.

El mayor reproche que le hicieron a Sorkin por El Ala Oeste fue que los personajes eran irrealmente idealistas. Irónicamente es exactamente ese idealismo lo que ha llevado a Obama a la Casa Blanca. O a sus publicistas.

Aaron Sorkin está accesible aquí. Mad Men tiene sus análisis más completos aquí. Aunque no estemos de acuerdo en alguna medida, conviene echar un vistazo aquí; y aquí dicen algunas cosas relacionadas más difíciles de desmentir. La metáfora del póker se citó ya aquí. Todo lo que quieras saber sobre obsolescencia programada está aquí. Y hay que hacer una dedicatoria especial en este post a Ernesto Aura, voz de Martin Sheen en El Ala Oeste, que nos dejó hace poco. Sus datos, aquí.

18 de julio de 2008

Y cuando despertó, Belén Rueda aún estaba allí.

Dijo Nacho Vigalondo en un viejo post con consejos para jóvenes cortometrajistas que un "al final, todo era un sueño" suele ser desastroso no por sí mismo, sino por todo lo que le rodea. Sí, muchos hemos caído en ese recurso banal. Globomedia se apunta a la tradición. Echemos la vista atrás para ver unos cuantos finales de los que bebe Los Serrano:

1) Uno de los ídolos de la televisión americana, que bien podría ser Bill Cosby, pero que no lo es, hizo una telecomedia americana de gran éxito en los 70-80 y luego otra en los 80-90. En ambas interpretaba a sendos padres de familia, distintos, pero basados en el mismo tipo de humor. En la última secuencia del último capítulo de la segunda serie, el actor despertaba de un sueño. A su lado en la cama estaba quien interpretaba a su mujer en la primera serie. El personaje de la primera serie había soñado la segunda.


2) En una serie sobre una familia disfuncional con una mascota ficticia, que bien podría ser Mr. Floppy, pero que no lo es, todos los personajes protagonistas van falleciendo durante el último episodio, de una manera totalmente absurda. El único que queda con vida, entre comillas, es el personaje ficticio, que acaba yendo al psiquiatra. Es allí donde acaba la serie, con él preguntándole "¿Me está diciendo que todo ha sido un sueño?"


3) En otra serie disfuncional sobre la vida en torno a una mujer, que bien podría ser Murphy Brown, pero que no lo es, la última temporada suceden cosas que traicionan al espíritu de la serie. Un susto de salud de su pareja, un premio muy gordo de lotería, una salida del armario de un familiar, casi ocurridos en episodios consecutivos, convierten la vida dentro de la clase media en un montón de excesos que llevan a tramas sin sentido respecto a lo que la serie empezó siendo. En la última secuencia, la protagonista narra en off cómo había sido su vida en ese año loco. Casi una década antes le instalaron (y lo habíamos visto) por su cumpleaños un escritorio en el trastero, lejos del ruido de la casa, para que desarrollara su faceta artística. Su pareja, en realidad, había muerto. Nunca les tocó la lotería. Ella había hecho lesbiana a su madre, porque creía que necesitaba deshinibirse más que su hermana, a quien nunca pudo imaginar sin un hombre. Y había intercambiado las parejas de sus amigos porque creía que les iban mejor. Todo era el reflejo optimista de cómo su familia se había ido desintegrando.

Así, sí.

23 de mayo de 2008

La invasión de los rodajes perfectos

Es inexcusable que este blog no se actualice con más regularidad, pero dentro de la inexcusabilidad, tengo que reconocer que el juego es un apasionante arrebatador de tiempo libre.

Sin embargo voy torturar a los pocos lectores fieles que siguen revisando esta página en busca de novedades con una reflexión algo precipitada. Dentro del enjambre de cosas que se me han pasado por la cabeza durante las últimas fechas, hace exactamente 24 horas se abrió un hueco una que no esperaba: La crisis del rodaje perfecto.

Me explico. Pocos lectores del blog sabrán que hace unos años hice un cortometraje que consumió dos años de mi vida. El presupuesto fue nulo, un par de miles de pesetas para hacer un botellón y cámaras de la universidad. Fue una ambición personal tortuosa para el resto del equipo. Estuve un año pensándolo y el rodaje se alargó durante 9 meses. La postproducción completa, sin embargo, duró toda la Semana Santa. Proporcionalmente, esos 11 días no son nada comparados con lo que supuso levantar aquello. ¿Por qué? Porque el año de preproducción me metí el cortometraje entero en la cabeza. Los 485 planos estaban claros como el agua en mi mente. Podía resolver una duda del equipo en cuestión de segundos. El montaje produjo mínimos cambios en comparación con lo que estaba previsto, tenía en la cabeza una descomposición minuciosa de los planos y cómo grabarlos y pasé mucho tiempo buscando la manera de que fueran sencillos. Fue tortuoso para el equipo porque cada plano tenía un equivalente musical que se escuchaba en bucle durante la grabación para sincronizar los movimientos. Y porque nadie sabía exactamente lo que estaba haciendo, el único que tenía una imagen completa era yo.

Unas Semanas Santas después, la del año pasado, cinco amigos nos juntamos en Bustarviejo, un pueblecito en el norte de Madrid para pasar un fin de semana tranquilo. Algunos acababan de terminar otro rodaje, así que llevaron cámaras y alcohol y se nos ocurrieron muchas tonterías. Como no bebo, a la mañana siguiente me acordaba de la mayoría, las juntamos en un papel y grabamos un cortometraje de un minuto en cosa de media hora.

Estramonio es un cortometraje infinitamente superior a Empathy in Blue. Que quede claro que no reniego del último. Muchos se quedaron sorprendidos de ver cosas que no recordaban haber grabado, de ver que existía raccord, de ver que de algún modo, las cosas cobraban sentido. Pero si bien estoy orgulloso de haberlo acabado y de que gustara, estoy mucho más orgulloso de que de Estramonio saliera lo que salió. En una comparación ambición vs resultados, le da mil vueltas.

Siento mucho el ego que pueden rezumar los párrafos anteriores, pero no había aprendido la lección hasta ayer. Porque En busca del arca perdida es un Estramonio y El templo de las calaveras de cristal es un Empathy in Blue.

Existen dos extremos en la historia de las producciones cinematográficas: El del Coppola de Apocalypse Now y el de Fincher en Zodiac. El uno se fue con una millonada de su propio bolsillo a rodar sin saber cuál iba a ser el final de la película y el otro lo sabía antes de empezar. Ambas son obras maestras, de eso no cabe duda. Pero a mí Zodiac me deja frío. Siento ahora, más que hace cuatro años, que la precisión milimétrica acaba saliendo mal. Y tras ver Indy 4, me he parado a pensar qué puede haber pasado, como todos.

Y creo que el único modo en el que puedo acercarme a entenderlo es que no existe nadie que pueda tener una visión completa de la película, nunca. Y si existiera, mal hecho. Se dice muchas veces que el guión es una herramienta de trabajo sobre el que construir, pero se obvia que el rodaje también. No está muy difundido el hecho de que, cuando en una película de la envergadura de Indy 4 hay alguien de atrezzo que quiere, por ejemplo, colocar una puerta un metro más a la derecha, tiene que rellenar un formulario que va a parar a su jefe, que lo juzga y si lo aprueba lo pasa al estamento superior. Así, se suceden cuatro o cinco niveles hasta que eventualmente llega a las manos de Spielberg, que inmediatamete encarga a un genio del 3d una visualización exacta del cambio. Spielberg decide entonces si aprobarlo o no.

¿Dónde está ese cambio que le enseña el genio del 3d? En una animática de toda la película que acompañará al director durante todas las etapas de producción. Los montajes de las películas han empezado a producirse ANTES de que empiecen los rodajes.

Las razones son muchas. Una producción gigantesca no puede permitirse elementos de inseguridad. Los ejecutivos pueden criticar las cosas antes de empezar con la seguridad de "verlas". Un director puede compartir su vision con los demás y mostrar exactamente lo que quiere.

Y ahí está la fuente de los problemas. De todos los lectores de este blog es sabida mi fascinación por la animación que sale inexplicablemente bien, después de haber sido diseñada por un comité. Una animática siempre será una previsualización mala de la obra que está por llegar. Los animadores de Pixar no han dotado a las figuras de una expresividad acorde con el tiempo en plano, por dar un ejemplo. Del mismo modo, un director puede tener un control completo sobre los planos que va a rodar, pero cuando nos topamos con la interpretación, llega la crisis.

¿Cuántos primeros planos tiene Indy en esta secuela dedicados únicamente para verle reflexionar? Aquí los actores sólo se dedican a hablar cuando les enfocan las cámaras. Los offs son siempre estudiados para presentar personajes malos o así, siguiendo una narrativa de libro. Estoy convencido de que el departamento encargado de diseñar la animática no tuvo nada que ver con el departamento de ensayar con los actores. Estoy convencido, de hecho, de que existieron esos dos departamentos, de que ambos estuvieron supervisados por Spielberg y de que él, y Lucas, y quien fuera, dieron su aprobación a ambos, sin pararse a pensar si funcionaban juntos. Sin dar a la interpretación ninguna posibilidad de crecerse. Y sin dar a la narrativa ninguna posibilidad de crecer a través de la interpretación

Recuerdo claramente un vídeo del diario de producción de King Kong en el que Peter Jackson enseñaba a Brody un plano en el que el barco se movía y él se tenía que menear acorde con él. La figura en 3d agitaba los brazos y Brody respondía un "de acuerdo" con mala uva. Pedirle a un actor que utilice su talento para imitar una animación barata (si fuera cara la película entera sería de animación), es directamente insultante. Brody no lo dice, pero lo siente. Y lo deja claro con su mirada, porque sabe expresar con ella.

Y en esas interpretaciones está la construcción real de los personajes y de la trama. No en las persecuciones ni en todo lo demás. En los anteriores Indys, Michael Kahn trabajó con Spielberg para rescatar del metraje los planos recurso y los encuadres más valiosos. Muchos de ellos fueron improvisados, ¿hace falta recordar la escena del disparo al tío de los sables?

Ahora, Michael Kahn es el que menos trabajo tiene de toda la producción. Él sin duda recibe el material ordenado tal y como lo tiene que colocar. Con suerte, habrá participado en el diseño de los planos antes de rodar. Pero lo que ocurría antes con Spielberg siendo el que mandaba dentro de un pequeño grupo de gente, con su planificación en la cabeza concretada la noche anterior, que conservaban la flexibilidad de unas notas escritas a lápiz, se ha convertido en imposible. Ahora parece que ni una superestrella como Harrison Ford puede proponer al director que el personaje se sorprenda unos momentos antes, cuando ya intuye algo. Porque sus expresiones nunca han estado dentro de la animática. No pueden estarlo. Y porque seguramente, por muchos ensayos que haya tenido con el coach y con el propio Spielberg, nunca va a entender exactamente qué plano está rodando.

Las secuelas de Matrix, de las Galaxias, del Caribe, King Kong, Indy, las de Bay, casi todas las grandes superproducciones actuales me están dejando un sabor de frialdad similar. Y esto no tiene nada que ver con la nostalgia, de eso ya hablé hace tiempo (y ahora lo hace todo el mundo). Con lo único que creo que tiene que ver es con la rigidez de producción, que cada vez irá a más, cada vez a producciones de menor rango, hasta que todas queden invadidas por este método. Porque cada vez será más rápido y rentable, sin duda. Ahí está Robert Rodriguez. Para Lucas y Rodriguez, hoy es fácil: Pueden construir una animática rígida y decidir el día cero de producción qué se graba y qué no. Lo que no se graba se meterá luego por ordenador. Y así queda. Cada vez se puede estar más alejado del genio narrativo de Hitchcock para ejecutar un rodaje perfecto con una visión preestablecida, con todos sus peligros. Donde antes había un director que se volvía loco para buscar tiempo de asegurarse los planos necesarios, ahora hay un supervisor de unos diseñadores de secuencias divididos en grupos que acaban pasándolas todas de rosca y de algún modo consiguen hacerlas incompatibles entre sí. He tardado estas 24 horas (ahora 26) en aclarar mi decepción personal con Spielberg en Indiana Jones y el templo de las calaveras de cristal. Está en que, si bien es muy posible de supervisar cada elemento particular, no ha sido capaz de trazar un plan que permita que todos los elementos que hay que coordinar no acaben anulándose mutuamente. Tal vez los genios de la dirección cinematográfica del futuro se acerquen más a Fincher y P.T. Anderson que a Coppola, pero como dijo Vigalondo hace tiempo, todavía estamos por ver un Padrino digital.

Me resulta curioso que Zemeckis, que hasta hace algunos años podía considerarse el director más estrecho de miras más allá de su vision, haya puesto rumbo al universo contrario, la antimateria de este fenómeno, al crear las animáticas a partir de los actores. Tal vez el futuro sea una mezcla de las dos cosas, pero muy probablemente no.

Blitzpost, lo siento. En los próximos días corregiré erratas y repeticiones e iré metiendo links a todo esto. Aunque cada vez me importa menos que un post esté cargado de imperfecciones formales.

15 de mayo de 2008

Mensaje importante para cronojugadores...

Escribo empapado en sudor con una pistola a centímetros de mi sien para que no diga más que lo justo.

He aquí el mensaje que se me pide transmitiros:

ADLO culmina la cadena. Hasta el 100%.

30 de enero de 2008

El todo por la peor parte.



Ahórrense los primeros dos minutos de relleno de mierda, vayan directamente al minuto 2 y analicen conmigo:

  • El presentador del programa da las gracias a los dos principales responsables, a los que tanto debe, a través del favor más desagradable que podía hacerles: Sacarles en televisión.
  • El presentador pone una cara de mofa cuando su apreciado director huye despavorido.
  • El presentador sólo consigue cumplir el 50% de la misión que se propone.
No había visto un minuto entero del programa en toda mi vida y casi tampoco de sus ondas expansivas en zappings y burlas. Ahora tengo claro que no he necesitado ver más.

Siento volver tras estos meses con un post tan innecesario y poco original. Prometo que el próximo tendrá análisis televisivo del otro, del interesante (y americano).