19 de marzo de 2013

La obra de arte me ha cambiado el modo de ver el mundo

Se supone que la gran meta del Arte es ésa, ¿no? Crear una nueva perspectiva, darte una hostia en la cara y dejarte turulato, y no volver a ser el que eras. Creo que me ha pasado hace unos días. Me ha pasado muy pocas veces o, al menos, he sido consciente de muy pocas a lo largo de mi vida.

Es esta obra:

Sabemos que vivimos en un mundo lleno de convenciones. Algunas nos parecen obvias: 220 voltios en los enchufes, la Champion los miércoles, límites de 120 kmh en la autopista. Hasta tal punto las damos por sentadas que, si nos cambian una de ellas, como no hace mucho pasó con la tercera, nos sorprende, nos creamos una opinión radical en contra del cambio y hasta protestamos. Somos conservadores para muchas más cosas de lo que creemos, incluso si no nos creemos conservadores. Y hay convenciones de todo tipo, buenas, geniales, estúpidas, insignificantes, erróneas y profundamente perjudiciales, tanto para el individuo como para la sociedad. Muchas veces se cuestionan algunas, azul para niños y rosa para niñas, y de otras no nos damos ni cuenta.

Algunas parecen impepinables, como los enchufes. Pero sabemos que en el continente de al lado, los enchufes no tienen nada que ver con los nuestros. Por pura necesidad de mantener lo que hay, por no liarla parda con un cambio loco, tenemos aparatos electrónicos totalmente incompatibles, y en cada sitio creemos que el nuestro es el bueno. Como conducir por la derecha. O marcar como polo negativo de una corriente eléctrica el que está cargado de electrones, cuando la intuición debería definirlo como positivo, pero el que lo descubrió no sabía dónde estaban y los puso mal. O que los ángulos tengan 360 grados sólo porque los inventores creían que una vuelta alrededor del sol tardaba 360 días. 

Este videoclip me ha abierto los ojos en ese sentido. Ha cogido un evento deportivo y lo ha desmenuzado pieza por pieza. Elige a gente inoportuna para hacer cosas absurdas, una detrás de otra, y los retrata con solemnidad, respeto, y muestra a un público entregado. Y me ha hecho pensar, al principio, en todo lo que asociamos con el deporte. Un minuto después estaba replanteándome todas las convenciones de a mi alrededor: Llevar corbata a un funeral. Comer tres veces al día. Quedar a horas en punto.

¿Por qué me parece gente inoportuna? Estoy acostumbrado a perfiles físicos distintos, a atuendos distintos, a acciones distintas, incluso en algo que no suelo ver nunca, un partido de fútbol, fútbol americano o lo que sea. Creyéndome fuera de los cánones del espectáculo del deporte, estoy dentro de sus convenciones. No puedo escapar. TODO lo que me parece ridículo en este videoclip es ridículo porque no lo he visto antes. Porque no me he criado con ello. Todas las convenciones del videoclip serían para un extraterrestre igual de legítimas que las que vería por la tele.

La elección de un nuevo Papa. Los toros.

Wishes ha rimado en mi cabeza con un artículo reciente del New York Times: La extraordinaria ciencia de la comida basura.

Casi todos los productos de la comida basura son amasijos de grasa masticable. Masticar grasa con sal y/o azúcar es la gran ciencia que investigan oscuros laboratorios de luminosas marcas. Cuánta grasa, cómo de dura, cómo de crujiente, cuánta sal combina con cuánto azúcar para que te guste mucho, pero no tan intesamente como para provocar hastío.

El resultado es patatas, hamburguesas, chocolatinas... Me llama la atención que, aquí, el camino científico para crear placer le parezca deplorable a la sociedad. Me refiero a que, culturalmente, la comida rápida es lo peor de lo peor. Otra cosa es que nos guste.

En todas las artes existen equivalentes de comida rápida: los cuadros de paisajes de los hoteles, "la típica película de acción", el ídolo teen. La serie de Globomedia. Todos ellos son destilaciones de laboratorio.

Y lo que aprecia no sólo el poder cultural, sino todos nosotros, como algo que pase de ser rico a ser enriquecedor, es la desviación.

Las fallas. El menú local de un pueblo perdido. Ese lunar que tienes, cielito lindo, junto a la boca.

La ciencia puede salvarnos la vida, pero es la anticiencia lo que le da sentido.