18 de julio de 2008

Y cuando despertó, Belén Rueda aún estaba allí.

Dijo Nacho Vigalondo en un viejo post con consejos para jóvenes cortometrajistas que un "al final, todo era un sueño" suele ser desastroso no por sí mismo, sino por todo lo que le rodea. Sí, muchos hemos caído en ese recurso banal. Globomedia se apunta a la tradición. Echemos la vista atrás para ver unos cuantos finales de los que bebe Los Serrano:

1) Uno de los ídolos de la televisión americana, que bien podría ser Bill Cosby, pero que no lo es, hizo una telecomedia americana de gran éxito en los 70-80 y luego otra en los 80-90. En ambas interpretaba a sendos padres de familia, distintos, pero basados en el mismo tipo de humor. En la última secuencia del último capítulo de la segunda serie, el actor despertaba de un sueño. A su lado en la cama estaba quien interpretaba a su mujer en la primera serie. El personaje de la primera serie había soñado la segunda.


2) En una serie sobre una familia disfuncional con una mascota ficticia, que bien podría ser Mr. Floppy, pero que no lo es, todos los personajes protagonistas van falleciendo durante el último episodio, de una manera totalmente absurda. El único que queda con vida, entre comillas, es el personaje ficticio, que acaba yendo al psiquiatra. Es allí donde acaba la serie, con él preguntándole "¿Me está diciendo que todo ha sido un sueño?"


3) En otra serie disfuncional sobre la vida en torno a una mujer, que bien podría ser Murphy Brown, pero que no lo es, la última temporada suceden cosas que traicionan al espíritu de la serie. Un susto de salud de su pareja, un premio muy gordo de lotería, una salida del armario de un familiar, casi ocurridos en episodios consecutivos, convierten la vida dentro de la clase media en un montón de excesos que llevan a tramas sin sentido respecto a lo que la serie empezó siendo. En la última secuencia, la protagonista narra en off cómo había sido su vida en ese año loco. Casi una década antes le instalaron (y lo habíamos visto) por su cumpleaños un escritorio en el trastero, lejos del ruido de la casa, para que desarrollara su faceta artística. Su pareja, en realidad, había muerto. Nunca les tocó la lotería. Ella había hecho lesbiana a su madre, porque creía que necesitaba deshinibirse más que su hermana, a quien nunca pudo imaginar sin un hombre. Y había intercambiado las parejas de sus amigos porque creía que les iban mejor. Todo era el reflejo optimista de cómo su familia se había ido desintegrando.

Así, sí.