Todo empezó con Paul
Cuando se hizo famoso el pulpo Paul, allá por verano de 2010, la gente se lo tomó con humor. Unos hablaban de celebrarlo invitando al personal a pulpo a la gallega. Otros, de tratar al animal como a un rey.
Las primeras iniciativas estuveron más relacionadas con lo estrafalario: Colocar dos platos con banderas de gelatina a ambos lados de un hormiguero en Hyde Park, escribir posibles localizaciones de yacimientos de petróleo en los cacahuetes de los elefantes en el Zoo de Abu Dhabi. Y, por supuesto, hubo quien quiso hacerse con Paul. Por si acaso, ya saben. Proponiendo compras multimillonarias por un ser con una expectativa de sólo unos meses de vida.
Los más supersticiosos pensaban que era un ejemplar especial. Había acertado casi todo lo que le preguntaron, aunque con excepciones. Todavía tardaron años en comprenderlas. El caso es que tardaron semanas en probar con otro pulpo.
Primero fueron unas elecciones. Más tarde, unos juegos olímpicos. Con cada nuevo acierto, iba perdiendo la gracia.
Una cadena de moda de bastante lujo instaló su primer acuario de pulpos en Manhattan. Utilizaba, para las urnas, fotografías de todos sus vestidos. Las clientes que lo quisieran, esperaban largas horas en una cola para elegir la prenda con más clase. En menos de cinco años, casi todos los grandes almacenes tenían por lo menos una pared con acuario. Las pescaderías y las tiendas de animales vivieron una revolución.
Algunas grandes empresas se jactaron de celebrar con pulpos sus juntas de accionistas. Otras presumían de no necesitarlos, pero hubo algún destape curioso de empresarios racionales pillados infraganti en acuarios secretos. A la gente le pareció normal.
La verdadera polémica llegó cuando metieron pulpos en un hospital. Ya por entonces había pequeños oráculos domésticos, pero dejar tu esperanza en un cefalópodo era llegar demasiado lejos. Los escépticos, de hecho, se aferraban a un hecho comprobado: no acertaban siempre.
Empezó a aplicarse el método científico, que hasta entonces se había mantenido al margen. ¿Por qué había fallado Paul la final de la Eurocopa? Estudiosos de los campos más diversos fueron poco a poco aislando las condiciones para realizar una predicción óptima. Una explicación que propusieron para aquel caso fue que el mejillón de España tenía parásitos, pero pudieron ser muchas otras razones: Contaminación en las urnas, falta de hambre, banderas mal pegadas.
Pero el rigor de la ciencia se tuvo que callar: Una vez aislados todos los elementos, analizados y experimentados miles de veces, se podía encontrar la manera de que un octopus vulgaris acertara SIEMPRE. Había que usar mejillones concretos, urnas de materiales muy precisos y el agua tenía que estar en condiciones determinadas. Nada que una buena industria no pudiera producir a gran escala.
La verdadera dificultad consistió en dar con los símbolos. Elegir entre banderas era relativamente sencillo. Preguntar por una cifra, no. Parecía que los pulpos no entendían de textos ni cantidades, y sólo acertaban si les planteaban dos respuestas. Si la respuesta no era ninguna de las opciones que les daban, o fallaba o ignoraba la comida.
Mereció una discutida Medalla Fields, porque no existe un Premio Nobel de matemáticas, el primer científico que diseñó unos símbolos que el pulpo parecía entender como números. Desde ese momento, se pudo preguntar por presupuestos, salarios y ofertas.
El mundo se volvió loco. Cuando se descubría una nueva pregunta que pudiera formularse aparecía en todos los titulares. Empezaron a establecerse tiendas dedicadas, acuarios de Insert Coin donde la gente planteaba su pregunta y esperaba mirando fijamente una hora, a veces dos, a que el pulpo contestara. Era habitual oír frases como "no puedo pagarme ni un pulpo" o "¿me dejas para un pulpo?"
Llegó así la crisis de fe. Ninguna Escritura mayoritaria trataba los pulpos de manera especial, ningún lider religioso supo cómo reaccionar. Para algunos era un enviado divino. Para otros, la viva imagen del diablo.
Es muy difícil imaginar cómo era el mundo antes de que pudiéramos saber qué nos depara el mañana. Pero... admitámoslo: tampoco es fácil conocer el futuro y no poder preguntar por qué.