La invasión de los rodajes perfectos
Es inexcusable que este blog no se actualice con más regularidad, pero dentro de la inexcusabilidad, tengo que reconocer que el juego es un apasionante arrebatador de tiempo libre.
Sin embargo voy torturar a los pocos lectores fieles que siguen revisando esta página en busca de novedades con una reflexión algo precipitada. Dentro del enjambre de cosas que se me han pasado por la cabeza durante las últimas fechas, hace exactamente 24 horas se abrió un hueco una que no esperaba: La crisis del rodaje perfecto.
Me explico. Pocos lectores del blog sabrán que hace unos años hice un cortometraje que consumió dos años de mi vida. El presupuesto fue nulo, un par de miles de pesetas para hacer un botellón y cámaras de la universidad. Fue una ambición personal tortuosa para el resto del equipo. Estuve un año pensándolo y el rodaje se alargó durante 9 meses. La postproducción completa, sin embargo, duró toda la Semana Santa. Proporcionalmente, esos 11 días no son nada comparados con lo que supuso levantar aquello. ¿Por qué? Porque el año de preproducción me metí el cortometraje entero en la cabeza. Los 485 planos estaban claros como el agua en mi mente. Podía resolver una duda del equipo en cuestión de segundos. El montaje produjo mínimos cambios en comparación con lo que estaba previsto, tenía en la cabeza una descomposición minuciosa de los planos y cómo grabarlos y pasé mucho tiempo buscando la manera de que fueran sencillos. Fue tortuoso para el equipo porque cada plano tenía un equivalente musical que se escuchaba en bucle durante la grabación para sincronizar los movimientos. Y porque nadie sabía exactamente lo que estaba haciendo, el único que tenía una imagen completa era yo.
Unas Semanas Santas después, la del año pasado, cinco amigos nos juntamos en Bustarviejo, un pueblecito en el norte de Madrid para pasar un fin de semana tranquilo. Algunos acababan de terminar otro rodaje, así que llevaron cámaras y alcohol y se nos ocurrieron muchas tonterías. Como no bebo, a la mañana siguiente me acordaba de la mayoría, las juntamos en un papel y grabamos un cortometraje de un minuto en cosa de media hora.
Estramonio es un cortometraje infinitamente superior a Empathy in Blue. Que quede claro que no reniego del último. Muchos se quedaron sorprendidos de ver cosas que no recordaban haber grabado, de ver que existía raccord, de ver que de algún modo, las cosas cobraban sentido. Pero si bien estoy orgulloso de haberlo acabado y de que gustara, estoy mucho más orgulloso de que de Estramonio saliera lo que salió. En una comparación ambición vs resultados, le da mil vueltas.
Siento mucho el ego que pueden rezumar los párrafos anteriores, pero no había aprendido la lección hasta ayer. Porque En busca del arca perdida es un Estramonio y El templo de las calaveras de cristal es un Empathy in Blue.
Existen dos extremos en la historia de las producciones cinematográficas: El del Coppola de Apocalypse Now y el de Fincher en Zodiac. El uno se fue con una millonada de su propio bolsillo a rodar sin saber cuál iba a ser el final de la película y el otro lo sabía antes de empezar. Ambas son obras maestras, de eso no cabe duda. Pero a mí Zodiac me deja frío. Siento ahora, más que hace cuatro años, que la precisión milimétrica acaba saliendo mal. Y tras ver Indy 4, me he parado a pensar qué puede haber pasado, como todos.
Y creo que el único modo en el que puedo acercarme a entenderlo es que no existe nadie que pueda tener una visión completa de la película, nunca. Y si existiera, mal hecho. Se dice muchas veces que el guión es una herramienta de trabajo sobre el que construir, pero se obvia que el rodaje también. No está muy difundido el hecho de que, cuando en una película de la envergadura de Indy 4 hay alguien de atrezzo que quiere, por ejemplo, colocar una puerta un metro más a la derecha, tiene que rellenar un formulario que va a parar a su jefe, que lo juzga y si lo aprueba lo pasa al estamento superior. Así, se suceden cuatro o cinco niveles hasta que eventualmente llega a las manos de Spielberg, que inmediatamete encarga a un genio del 3d una visualización exacta del cambio. Spielberg decide entonces si aprobarlo o no.
¿Dónde está ese cambio que le enseña el genio del 3d? En una animática de toda la película que acompañará al director durante todas las etapas de producción. Los montajes de las películas han empezado a producirse ANTES de que empiecen los rodajes.
Las razones son muchas. Una producción gigantesca no puede permitirse elementos de inseguridad. Los ejecutivos pueden criticar las cosas antes de empezar con la seguridad de "verlas". Un director puede compartir su vision con los demás y mostrar exactamente lo que quiere.
Y ahí está la fuente de los problemas. De todos los lectores de este blog es sabida mi fascinación por la animación que sale inexplicablemente bien, después de haber sido diseñada por un comité. Una animática siempre será una previsualización mala de la obra que está por llegar. Los animadores de Pixar no han dotado a las figuras de una expresividad acorde con el tiempo en plano, por dar un ejemplo. Del mismo modo, un director puede tener un control completo sobre los planos que va a rodar, pero cuando nos topamos con la interpretación, llega la crisis.
¿Cuántos primeros planos tiene Indy en esta secuela dedicados únicamente para verle reflexionar? Aquí los actores sólo se dedican a hablar cuando les enfocan las cámaras. Los offs son siempre estudiados para presentar personajes malos o así, siguiendo una narrativa de libro. Estoy convencido de que el departamento encargado de diseñar la animática no tuvo nada que ver con el departamento de ensayar con los actores. Estoy convencido, de hecho, de que existieron esos dos departamentos, de que ambos estuvieron supervisados por Spielberg y de que él, y Lucas, y quien fuera, dieron su aprobación a ambos, sin pararse a pensar si funcionaban juntos. Sin dar a la interpretación ninguna posibilidad de crecerse. Y sin dar a la narrativa ninguna posibilidad de crecer a través de la interpretación
Recuerdo claramente un vídeo del diario de producción de King Kong en el que Peter Jackson enseñaba a Brody un plano en el que el barco se movía y él se tenía que menear acorde con él. La figura en 3d agitaba los brazos y Brody respondía un "de acuerdo" con mala uva. Pedirle a un actor que utilice su talento para imitar una animación barata (si fuera cara la película entera sería de animación), es directamente insultante. Brody no lo dice, pero lo siente. Y lo deja claro con su mirada, porque sabe expresar con ella.
Y en esas interpretaciones está la construcción real de los personajes y de la trama. No en las persecuciones ni en todo lo demás. En los anteriores Indys, Michael Kahn trabajó con Spielberg para rescatar del metraje los planos recurso y los encuadres más valiosos. Muchos de ellos fueron improvisados, ¿hace falta recordar la escena del disparo al tío de los sables?
Ahora, Michael Kahn es el que menos trabajo tiene de toda la producción. Él sin duda recibe el material ordenado tal y como lo tiene que colocar. Con suerte, habrá participado en el diseño de los planos antes de rodar. Pero lo que ocurría antes con Spielberg siendo el que mandaba dentro de un pequeño grupo de gente, con su planificación en la cabeza concretada la noche anterior, que conservaban la flexibilidad de unas notas escritas a lápiz, se ha convertido en imposible. Ahora parece que ni una superestrella como Harrison Ford puede proponer al director que el personaje se sorprenda unos momentos antes, cuando ya intuye algo. Porque sus expresiones nunca han estado dentro de la animática. No pueden estarlo. Y porque seguramente, por muchos ensayos que haya tenido con el coach y con el propio Spielberg, nunca va a entender exactamente qué plano está rodando.
Las secuelas de Matrix, de las Galaxias, del Caribe, King Kong, Indy, las de Bay, casi todas las grandes superproducciones actuales me están dejando un sabor de frialdad similar. Y esto no tiene nada que ver con la nostalgia, de eso ya hablé hace tiempo (y ahora lo hace todo el mundo). Con lo único que creo que tiene que ver es con la rigidez de producción, que cada vez irá a más, cada vez a producciones de menor rango, hasta que todas queden invadidas por este método. Porque cada vez será más rápido y rentable, sin duda. Ahí está Robert Rodriguez. Para Lucas y Rodriguez, hoy es fácil: Pueden construir una animática rígida y decidir el día cero de producción qué se graba y qué no. Lo que no se graba se meterá luego por ordenador. Y así queda. Cada vez se puede estar más alejado del genio narrativo de Hitchcock para ejecutar un rodaje perfecto con una visión preestablecida, con todos sus peligros. Donde antes había un director que se volvía loco para buscar tiempo de asegurarse los planos necesarios, ahora hay un supervisor de unos diseñadores de secuencias divididos en grupos que acaban pasándolas todas de rosca y de algún modo consiguen hacerlas incompatibles entre sí. He tardado estas 24 horas (ahora 26) en aclarar mi decepción personal con Spielberg en Indiana Jones y el templo de las calaveras de cristal. Está en que, si bien es muy posible de supervisar cada elemento particular, no ha sido capaz de trazar un plan que permita que todos los elementos que hay que coordinar no acaben anulándose mutuamente. Tal vez los genios de la dirección cinematográfica del futuro se acerquen más a Fincher y P.T. Anderson que a Coppola, pero como dijo Vigalondo hace tiempo, todavía estamos por ver un Padrino digital.
Me resulta curioso que Zemeckis, que hasta hace algunos años podía considerarse el director más estrecho de miras más allá de su vision, haya puesto rumbo al universo contrario, la antimateria de este fenómeno, al crear las animáticas a partir de los actores. Tal vez el futuro sea una mezcla de las dos cosas, pero muy probablemente no.
Blitzpost, lo siento. En los próximos días corregiré erratas y repeticiones e iré metiendo links a todo esto. Aunque cada vez me importa menos que un post esté cargado de imperfecciones formales.