29 de mayo de 2007

Dedicatoria a Roberto Pérez Jiménez

Memoria artística

Una trilogía con caso práctico y dedicatoria.
Sobre este capítulo: Espero poder explicar en este último capítulo por qué sólo una persona puede ser causante de esta serie.

Algunos posts de este blog me han costado mucho. También ha pasado lo mismo con guiones o trabajos de toda índole. Pero lo que más me ha costado redactar en mi vida son estas asépticas palabras:


BIOGRAFÍA DE ROBERTO PÉREZ
(Bilbao 1940-León 2006)
Socio de Honor de la Asociación de Profesores de Español, Roberto Pérez fue Catedrático de Filología Hispánica de la Universidad de Deusto, Bilbao, donde impartió su docencia en la Facultad de Filosofía y Letras y ejerció como decano entre 1996 y 2002.

Desarrollando una intensa actividad intelectual en distintos foros, trabajó en profundidad la obra de Unamuno (Edición y prólogo de "Teresa", Denes, 2000) y Jardiel Poncela ("Amor se escribe sin hache" y "¡Espérame en Siberia, vida mía!", Cátedra, 1990 y 1992).

Especialmente intensa fue su investigación de la obra de Bacarisse ("Mauricio Bacarisse: Poesía completa", Anthropos,1989). De este autor y su entorno, además de multitud de artículos de todo tipo, se encuentran colaboraciones de Roberto Pérez en diversos medios divulgativos, entre los que merece destacar la revista "Letras de Deusto", de la que fue director desde el año 1993 hasta 1996.


Fue para la solapa de una recopilación de poemas, una de sus dos obras póstumas.

Para quienes no han tenido la desgracia de perder a alguien muy cercano, intentaré explicar brevemente lo que yo sentí y siento. Vagan por nuestra cabeza millones de recuerdos sobre las personas que conocemos bien. Creo, intentando quizás banalmente racionalizar mis sentimientos, que cuando perdemos quien queremos cada uno de esos recuerdos nos va a asolar una vez. Luego seguirán ahí, pero la primera vez es la traumática. Al principio vienen cientos de golpe. Luego van dosificándose, dejándose caer por casualidad, cuando nuestro pensamiento conecta con ellos. Cada detalle puede cambiar tu estado de humor por sorpresa. Lo mismo acabas de reírte de un chiste cuando lo asocias a una situación familiar y el humor te cambia por completo. Si en lugar de recordar una situación, una mirada o una frase, lo que hace tu cerebro es recordar varias de golpe, retroalimentarse, como es inevitable que pase los primeros días, no hay manera de controlar tu tristeza. Y meses después sigue ocurriendo.

Contaré mis dos últimas veces, de esta misma semana: Una fue al oír chirriar una puerta y darme cuenta de que nunca había sido yo quien las engrasaba. Eso me llevó a un momento triste primero y a una ligera sonrisa después. Esa noche decidí empezar una novela de Jardiel, La tourné de Dios. Mi padre no había hecho la edición, pero lo tenía, cómo no, y me lo había traído a Madrid hace un año o dos. Y esa noche, en la cama, al abrirlo, encontré una docena de cuartillas anotadas por él. Y ahí me desplomé. Todavía no he sido capaz de leerlas.

Aprendí en el colegio las tres vidas que propone Jorge Manrique: La que acaba de terminar, la que acaba de empezar en algún otro lugar, y la que deja engendrada en la tierra en modo de "fama". Mi padre creía en las tres, yo nunca podré creerme la segunda. Por eso, quizá, valoro tanto la tercera, que puede significar tanto un apellido como una batalla ganada o una receta de cocina. La muerte de mi padre no ha hecho falta en absoluto para apreciarlo y quererlo, pero sí me ha servido para comprender hasta qué punto existe un legado. Mi padre, curiosamente, cometió el tópico de plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo. Qué es eso sino una expresión vulgar de lo que pretende Manrique. Los filólogos como él tienen una misión artística que no es ni escribir novelas ni poesía, es tratar de que no desaparezcan las que ya existen.

Supongo que me disculparán si barro para casa al explicar esto, que creo que hace falta. Los que nos movemos en lo audiovisual no debemos olvidar que estos grupos de gente que están intentando recuperar películas antiguas (y los que rescatarán el oro de internet en unos años) forman parte del Humanismo aunque nunca se lo hayan planteado. Mi padre hizo muchos equivalentes a los extras de los dvds, y no quiero que la comparación sea frívola. No hablo del extra publicitario en el que todos hablan bien de los demás. Hablo de los audiocomentarios que historiadores y cineastas colocan encima del Triunfo de la Voluntad. Los pequeños documentales promocionales que acompañan a los estrenos muestran que la cultura del conocimento alrededor de una obra está todavía en pañales, porque todavía no hace falta echar de menos a quienes conocen su historia. No, los extras de los dvds no son algo nuevo. Y considerando su superficialidad, parcialidad y falta de rigor, podría decirse que son un acercamiento leve e incompleto a lo que el análisis literario ha dado. Ya mejorará, como con Leni Riefenstahl.

Mi padre llenaba sus trabajos de biografías, trayectorias y notas, hasta el punto de que otras editoriales le plagiaron. Es un trabajo minucioso en el que hay que saber mil veces más de lo que se acaba contando. Los filólogos rescatan, investigan, profundizan y comparan. Y en mí ese legado es cada vez más evidente. No sé si acabaré haciendo lo propio algún día fuera de este blog, pero sí me he dado cuenta de que las Humanidades están muy estancadas en la literatura y que hace falta que se aprecie como es debido otros apartados. Ya va siendo hora de que Sabina entre en los libros de texto, por ejemplo, y mi padre lo sostuvo durante años. Ya digo, no sé si acabaré siguiendo la estela de mi padre, pero ahora sé que no me disgustaría. Él no me ha llegado a ver impartiendo clases, pero yo ahora que lo he vivido sé que tengo la enseñanza en las venas, sea mejor o peor profesor, me doy cuenta de no puedo desentenderme con facilidad de un linaje con padre, madre, tíos y abuelos profesores.

Ya hice mención en la primera parte de que era una rescritura de un post que había escrito en un foro años antes. Y es que el tema siempre me había inquietado. La muerte de mi padre me pilló por sorpresa un 17 de agosto por la mañana, precisamente, maldita casualidad, mientras veía El ladrón y el zapatero, cuando dudaba si meter una cuarta parte dedicada a divulgar la historia que había detrás de la película. El incendio del que hice mención en ese primer texto, ocurrido por el 2003, me llenó de temores, de posibles pérdidas súbitas, me hizo empezar a asumir a un nivel inconsciente que un susto o un golpe de fortuna podría cambiarte la vida, e incluso cambiar la vida de quienes no conoces.

He mencionado antes una obra póstuma. Hablaré ahora de la otra. En este caso, mi padre pertenecía al círculo de amigos de un escritor que había sufrido un infarto cerebral. Cercano a la muerte, tenía sin publicar innumerables poemas y ensayos. Se dividieron el trabajo. De los ensayos se encargó mi padre en una edición ya a punto de publicarse. Rebuscó entre sus archivos, consiguió hacerle una difícil entrevista (en los momentos en que podía hablar) y redactó un prólogo. Juntos hicieron la selección. Mi padre terminó las correcciones con la editorial pocos días antes de desaparecer súbitamente. Un pariente de este autor me dijo que el proyecto le había dado una razón para seguir viviendo seis meses más. Ahora es una edición doblemente póstuma. Pude encontrar la grabación de la entrevista en el momento de mi vida en que me era imposible mirar a mi propio pasado sin sentir pena. Y tras ese shock inicial, escuchando a mi padre tratar con mimo a un anciano en sus últimos momentos, me empecé a dar cuenta de que si ambos hombres no hubieran sido buenos, generosos y amigos durante sus vidas, hoy no existiría ese libro. No bastaba con haberlo escrito. Que crear es vivir y que vivir es crear. Y ahora lo tengo más claro que nunca, el árbol que plantas hace el papel de tu libro, y seguramente sea tu hijo quien lo imprima. Tu legado y el de todo aquél que aprecies acabará dependiedo de ti mismo.

Creo que todo puede resumirse en un hecho apasionante que descubrí cuando empecé esta trilogía de la memoria artística: Aprendí en el colegio las tres vidas que propone Manrique. No, no me las enseñó mi padre. Pero mi padre había sido el profesor del magnífico profesor que me las enseñó a mí.

Final feliz: Mami, te quiero.

18 comentarios:

El Hombre Inadvertido dijo...

La piel de pollo oiga
que texto más bonito

Nico dijo...

Alex,

No tengo ninguna duda de que tu padre era un tio muy brillante. A diferencia de algunos intelectuales que solo se dedican a escribir y cultivar su prestigios, tengo la sensación de que tu padre supo sacar tiempo para compartir tus sueños contigo y ayudarte a desarrollar unos conocimientos y sensibilidades que desde luego salen a relucir en posts como este.

un abrazo

Glenclous dijo...

Yo perdí a mi madre también súbitamente un 20 de julio de 1992. Te entiendo perfectamente: a punto de cumplir 15 años de ese momento, todavía no he sido capaz de leer la autobiografía manuscrita que comenzó y nunca terminó. Mi última vez ha sido leyendo cómo un amigo recuerda a su padre. Muchas gracias, Alejandro; a estas alturas cuesta más soltar una lágrima, pero es igual de liberador.

Ñbrevu dijo...

Supongo que lo mejor que puedo decir es que, si alguna vez tengo un hijo, espero que éste sea luego capaz de escribir un texto como éste. Con todas las lecturas que eso conlleva.

Anónimo dijo...

Actualmente están muy de moda las trilogías de cuatro o cinco partes, pero hay muy pocas que sepan terminar tan bien como empezaron.

(La tuya está entre esas pocas, se entiende.)

marta dijo...

Yo no he perdido a ningún padre pero si perdí a mi madrina que era como mi segunda madre. Lo único que se es que, como buena madrina, supo acompañarme y comprenderme en vida y lo sigue haciendo esté donde esté...

mots dijo...

me suelen emocionar tus textos. y éste más.

saludos

Anónimo dijo...

ooohhhhhh....

Unknown dijo...

Muy bonito y muy bien escrito. Tu padre, ademas de buen profesor, era muy buena persona. Lo seguiremos echando en falta

xy dijo...

Precioso, Álex.

Anónimo dijo...

Ay, qué triste y bonito todo.
Sólo puedo decir que, como ultrafan irredenta de Enrique Jardiel Poncela, siento una conexión inmediata con tu padre por haberle dedicado su tiempo y esfuerzo.
Ante estas cosas poco más se puede decir.

A. dijo...

Sabía que tu padre era profesor, pero no recordaba que me hubieras dicho que era filólogo. Déjame decirte, con voz de filóloga, que la literatura se mantiene gracias a gente como tu padre... y a hijos como tú, si te diera la gana.

Diego Rodriguez-Vila dijo...

No sé si le pasará a todo el mundo, pero créeme: no te das cuenta de hasta que punto se parece uno a su padre hasta que no tienes un hijo.

El padre de uno siempre es "el padre". Es muy difícil verle como un ser independiente de uno. Y es cuando uno se ve a sí mismo como padre cuando de repente ves que no es que te parezcas a él. Es que eres medio él. De repente dices y haces las mismas cosas, pero no por imitación, sino porque el 50% de genes que compartes con él generan el mismo comportamiento. De repente dices o haces algo y piensas "¡Demonios, es justo lo que hubiera dicho mi padre!". O de repente cobra sentido algo que hizo él y no entendiste en su momento.

En cierto modo, es como si a pesar de haberse marchado hace 12 años, volviera a reunirse conmigo.

Actor Secundario Bob dijo...

He entrado gracias al video de QUE VIDA MÁS TRISTE.

Buen blog el tuyo, lo dice un CRÍTICO DE BLOGS. SALUDOS!!

Anónimo dijo...

No se quien coño eres, pero este texto me ha emocionado mas que todos los cuadros, todas las películas y todas las canciones que he oído en los últimos 10 años.

Ese texto representa la verdad.

Yolanda Vidal dijo...

Tu padre fue uno de los mejores profesores que he tenido en mi vida. Me enseñó a investigar y, sobre todo, a amar la literatura medieval. Me ha causado tal impresión enterarme de su muerte por tu blog que no encuentro palabras para decirte, de corazón, lo que lo siento. Qué orgullo debes de sentir por ser su hijo, y, por tu "Dedicatoria" intuyo que el orgullo era mutuo.
Solo quería transmitirte la admiración que sentía por él, porque no tuve oportunidad de hacérselo saber en persona.
Una alumna del curso 86-87

Anónimo dijo...

Roberto fue mi profesor de literatura en la universidad de Deusto hace 20 años.

Estaba buscando por internet a profesores y compañeros de aquella época y me acabo de enterar de que Robero ya no está entre nosotros.

Agur!

Javi-LHP dijo...

Me ha emocionado mucho tu texto, Alejandro. Por desgracia yo también he pasado por ese trance con mi madre, hace dos años, y el que era mi suegro esté mismo año. En ambos casos han sido procesos muy jodidos, en el caso de mi madre, porque antes de fallecer por un cáncer terminal pillado muy tarde, llevaba varios años sumida en una profunda depresión. En el caso de mi suegro, porque antes de irse tuvo que vivir un año entero con las consecuencias de un grave infarto cerebral.

No es que venga a contar mi vida ahora, pero es cierto el tema del legado que comentas y de cómo los padres te marcan, haciendo que ese legado perviva en ti. A veces es porque te pareces a ellos, otras porque evitas cometer los mismos errores, pero en cualquier caso te empapas de una forma de ver el mundo y de una serie de momentos de todos aquellos que han sido una referencia en tu vida.

Por desgracia con mi madre la relación fue compleja en los últimos años, la depresión aísla mucho y genera incomprensión, y a veces ni recuerdo cómo eran las cosas antes, lo que sentía cuanto todo estaba bien años atrás. Pero espero, como dice Diego, que cuando sea padre vea en mí todas esas cosas que ahora me resultan distantes.

Con mi suegro la experiencia fue muy diferente. Obviamente no era una referencia como pueden ser los padres, pero tuve la suerte de conocer a un hombre excepcional, y a otro nuevo, muy fastidiado pero maravilloso en los momentos más inesperados, cuando sufrió el infarto. Como decía mi pareja, fue como tener dos padres y dos pérdidas, una con el infarto cerebral y otra cuando se fue del todo.

Son experiencias jodidas, pero lo que se aprende con todo ello sobre quienes se van y sobre uno mismo es impagable. No es que uno lo ignore hasta ese momento, pero la pérdida te hace caer y dar valor a cosas que hasta ese momento de pasaban casi desapercibidas, sutiles.

Un texto francamente precioso.

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