Risas muertas
Las mejores risas españolas no las ha dado un cómico. Las ha dado un mago. Cuenta la leyenda que en el programa Directísimo, de José María Íñigo, justo antes de que Uri Geller se hiciera famoso, participó Ali Bey, un mentalista que quedó relegado al olvido. Sin embargo, su aparición, que duró todo el programa, causó furor en el plató.
Envolviendo a su público en una fantástica atmósfera, el mago adivinó cartas, noticias, efemérides, familiares muertos... es como si supiera lo que estaban pensando los espectadores, lo que habían pensado toda su vida y lo que pensaban de ellos todos sus antepasados. Y lo hizo con sentido del humor, el público rompía en carcajadas con sus salidas ocurrentes y sus ademanes irónicos. Hasta tal punto resultaba gracioso, que el realizador Luis Tomás Melgar, que estaba preparando un programa de humor en el estudio de al lado, se acercó a ver qué pasaba. Y vio que había risas de todo tipo, tímidas, abiertas, jóvenes, maduras, las que eran provocadas por sorpresa o con expectación... Centrado en su trabajo, ignoró por completo al mago, dio una indicación a un técnico y se fue.
"Rápido, coge una grabadora y enchúfala al público. Estas risas nos van a ser muy útiles."
El técnico de sonido hizo lo acordado. Con pericia, se acercó a hurtadillas al público, enchufó cuidadosamente un cañón pequeño y grabó las mejores risas enlatadas que cabe imaginar, variadas, fuertes, divertidas en sí mismas.
Sin embargo todas callaron al final, cuando el mago interrumpió la despedida de Íñigo y contó sus secretos. No era ilusionista, efectivamente tenía poderes, y los había utilizado. Y dio a los espectadores unas sencillas pautas de gestos que podían utilizar ellos mismos para alcanzar las mismas cotas de penetración en el más allá que él. Cuenta Íñigo que no pudo verlas, pues estaba detrás, en la mesa. El técnico, sin embargo, quedó petrificado con su explicación. La emisión parecía que se había cortado justo antes de las pautas, pues la carta de ajuste entraba al dar la hora en punto, pero en ese momento a nadie le importaba.
El técnico se olvidó de su grabadora y fue a hablar con el misterioso médium. Parecía ser que las propias risas habían sido el resultado de una magia totalmente desconocida para él. Después de todo, el tema del que había hablado no era nada apto para chistes. Algunos dicen que se fueron juntos.
El mago murió en un misterioso accidente de tráfico en el extrarradio, de camino a su casa. Parecía haber chocado con otro coche del que no quedaba ni rastro. Del técnico no se supo nunca más nada. Pero lo que de verdad sorprendió en los despachos de TVE fue una sorprendente baja masiva por enfermedad que alcanzó a gran parte del equipo de Directísimo los días siguientes. Melgar recuerda cómo se acercó preocupado ante las ochenta butacas vacías, con las luces apagadas, mientras oía desde Control Central el arranque de alguna película puesta en sustitución. Vio la grabadora en el suelo y no dudó en utilizarla.
Desde el control de realización de su flamante nuevo programa, podía oír los chistes de los peores humoristas del momento arruinando guiones mediocres; pero ensalzados por unas carcajadas tan contagiosas que el programa parecía que iba a ser un éxito. Y sin embargo fue todo lo contrario. Hubo incluso llamadas del Ministerio de Información poniendo a parir un espectáculo ridículo en el que los chistes eran malos y el público aún peor. Melgar desechó el formato, con el que en el fondo nunca había estado de acuerdo, y dejó aquella grabación olvidada en el control de sonido. Con el tiempo descubriría que pocos días antes, en aquella Semana Santa de 1975, había habido casi noventa muertos en la carretera, una cantidad inimaginable en una época sin operaciones salida en la que no pasaban de diez como mucho. Sus sospechas nunca llegaron a esclarecerse, le dio miedo indagar. Pero creyó que su programa había fracasado por aquella lata de risas.
Lo que forma parte demostrada de la historia de la televisión de nuestro país es que aquella grabación fue recogida por otros técnicos que la utilizaron sin pudor durante años, después de todo, tenían una grabación de un tipo de efectos de sonido que podían ahorrarse comprar. Y como su trabajo no les exigía ver los resultados durante la emisión, quedaban engañados por unas risas maravillosas que sólo existían en la oscuridad de la sala de mezclas de un montador de sonido trabajando horas extras y queriendo irse a casa. Para ellos funcionaban. Se hicieron copias, copias de copias, copias que fueron a parar a los canales autonómicos, a las cadenas privadas, a las emisiones digitales, a los doblajes de telecomedias americanas.
Y ahí siguen, matando las obras a las que acompañan. Los veteranos de TVE que tienen un oído más agudo, al escuchar programas de entonces, creen que las risas son cada vez más podridas, más lúgubres, pese a que la grabación del programa sea la misma que oyeron en su día. Cuando vosotros oigáis en nuestra televisión actual unas risas que matan los chistes, que destruyen toda posibilidad de humor y que os mantienen en la más absoluta indiferencia, presenciando la agonía de un programa, pensad que inconscientemente estáis guardando el respetuoso silencio que os exigen esas risas muertas.
3 comentarios:
Sea leyenda, sea parte realidad, enhorabuena por la crónica. Tú vales para esto. Bueno, ya lo sabías, ¿no?
Abrazos.
Genial!!!
Precisamente una de las cosas que siempre he pensado al ver comedias americanas o no con risa enlatada es: "todas esas risas... esa gente ha muerto, quizá no todos, pero más de uno y de dos han muerto desde que se grabaron esas carcajadas hasta hoy, estoy escuchando psicofonías puras y duras". Algunos colegas me dicen que eso es una chorrada, que lo mismo debería pensar al ver una película de James Dean, pero no, no es lo mismo, por alguna razón no lo es.
Cojonuda entrada, ya me he hecho adicto a tu blog.